La Eucaristía, es la presencia viva y real de Jesús en medio de nosotros en este sacramento. Este es el mayor regalo que Dios ha dado a los hombres. Es el tesoro más grande del mundo. Es la vida de nuestra vida, porque es el mismo Jesucristo en persona. La Eucaristía no es una cosa sagrada, es Jesús mismo, que nos dice:
Yo soy el pan de vida, el que viene a Mí ya no tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed (Jn 6, 35). El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y yo en él…
Precisamente, porque la Eucaristía es el mismo Jesús, nuestro Señor, hay, ante el sagrario de nuestras Iglesias, de día y de noche, millones de ángeles acompañando, adorando y amando a su Dios sacramentado. Algunos santos se unían a los ángeles para adorar a Jesús.
San Josemaría Escrivá de Balaguer decía: Desde hace muchísimo tiempo, cuando hago la genuflexión ante el sagrario, después de adorar al Señor sacramentado, doy también gracias a los ángeles, porque continuamente hacen la corte a Dios. Este mismo santo dice en su libro: “Es Cristo que pasa”: Cuando celebro la misa, me sé rodeado de ángeles que están adorando a la Trinidad. San Bernardo dice: En ese momento, los ángeles rodean al sacerdote, haciéndole una guardia de honor. Los ángeles llenan la Iglesia, rodean el altar y contemplan extasiados la sublimidad y grandeza del Señor.
LA ESENCIA DE LA FE
La Eucaristía es imprescindible, para vivir nuestra fe. Es la esencia y fundamento de nuestra vida cristiana, porque sin Cristo, no hay cristianismo. Y la Eucaristía es el mismo Cristo en persona.
Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) decía: Mi soberano Señor no ha cesado nunca de reprenderme directamente mis faltas. Lo que más le desagrada y de lo que me ha reprendido siempre con mayor severidad es la falta de atención y de respeto en presencia del Santísimo Sacramento, especialmente en el tiempo de la oración. ¡Ay de mí! De cuántas gracias me he privado por una distracción, por una mirada curiosa, por una posición más cómoda y menos respetuosa.
Santa Faustina Kowalska nos dice: Hoy, después de la comunión, Jesús me ha dicho: Has de saber, hija mía, que cuando llego a un corazón humano que me recibe en la santa comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas, pero las almas ni siquiera me prestan atención. Me dejan solo, piensan en otras cosas. ¡Oh, qué triste para Mí que me traten como a una cosa muerta!.
El santo cura de Ars aconsejaba: Para acercarte a la comunión, te levantarás con gran modestia, te arrodillarás en presencia de Jesús sacramentado, pondrás todo tu esfuerzo en avivar tu fe. Tu mente y tu corazón deben estar centrados en Jesús. Cuida de no volver la cabeza a uno y otro lado. Si debes esperar algunos instantes, excita en tu corazón un ferviente amor a Jesucristo. Suplícale que se digne venir a tu pobre corazón. Y, después de haber tenido la inmensa dicha de comulgar, te levantarás con modestia, volverás a tu sitio y te pondrás de rodillas. Debes conversar unos momentos con Jesús, al que tienes la dicha de albergar en tu corazón donde durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
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